Una fe, vuelta collage
Entre panes para compartir, estampitas de santos, carteles políticos y el humo del incienso, el templo de la Hermana Irma se convierte cada sábado en un espacio donde la fe se multiplica en todos los signos posibles.
Por Belén Lisdero
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Por Belén Lisdero
Paredes sin revocar, calles de tierra, y un somnoliento aire gris. Entre los pardos matices de Merlo, hay en una esquina una casita blanca, cuyo cartel desgastado reza “Templo crisiano: Irma de Maresco”. Pareciera que allí dentro se reunieron todos los colores del barrio. Sería un error creer que la reja en la entrada del Templo de la Hermana Irma está ahí para excluir a los de afuera: más bien, está allí para proteger a los de adentro. Vicky, la encargada de custodiar la entrada ese día, abrió la puerty dio la bienvenida con una sonrisa a cada persona que entraba.
En la antesala del templo, el celeste de las paredes de la habitación se esfuerza para asomarse entre un mosaico de cuadros, imágenes religiosas, y diplomas enmarcados. En la estrecha antesala conviven el Sagrado Corazón con el Ekeko, la Virgen de Luján con San La Muerte, y los símbolos budistas con Santa Elena, San Cayetano, San Miguel Arcángel, y Ceferino Namuncurá. Entre las imágenes religiosas se asoma el rostro de Eva Perón, el de la Hermana Irma y el de su hijo, el Hermano Miguel, quien falleció en 2024. Los ojos no sabían en dónde detenerse en el collage de imágenes. El Hermano Damían Cañete, el predicador local, aseguró que “cada una de ellas tiene una historia”.
Junto a la entrada, cuelgan los certificados de Damián de diferentes academias de parapsicología, reiki, magia negra y blanca, tarot, hipnósis, numerología, y registros akáshicos, conviviendo con un crucifijo, una cabeza de perro y un Sagrado Corazón. Frente a la arcada que da al templo, una mesa muestra panes y tortas para compartir después del culto. Junto a los panes, unas boletas del partido peronista Nuevos Aires, ya que se acercaban las elecciones de septiembre.
Al entrar al templo, aún más símbolos recubren las paredes rosas: diversas imágenes marianas, de Jesús, del Gauchito Gil, y de Eva Perón. A pesar de los incontables símbolos, la mirada se dirige a un punto fijo: la dama que preside el altar. Se trata de una estatua a escala de la hermana Irma, con un vestido rosa como de princesa, y su perro en brazos. A la izquierda del altar central se halla la puerta que da al despacho del Hermano, y a la derecha, un carrito de supermercado con objetos de santería en venta. La luz es artificial: los pequeños tragaluces a la altura del techo están cubiertos por calcomanías amarillentas que retratan escenas de vidas de santos.
La sala se llenó. Aparecieron familias con niños, parejas jóvenes, señoras mayores y mujeres solitarias, pero el clima de oración no se perturbó. Había rezos en voz baja, pedidos en silencio y también saludos alegres entre los que se conocen de siempre. Nadie parecía sentirse fuera de lugar; todos, de alguna manera, encontraron su sitio en ese rincón tan pequeño como desbordado de símbolos.
Los fieles llevaban cuarenta y cinco minutos esperando, cuando se abrió bruscamente la puerta del despacho. De ella, se despedía un humo blanco que impedía ver lo que había atrás: apenas se divisaba una figura vestida de morado, inmóvil, de pie en el marco de la puerta. “Espíritu de Dios, llena mi vida, llena mi alma, llena mi ser”, rezaba la canción de alabanza que sonaba en el parlante.
Tras unos eternos segundos de expectativa, salió el hermano Damián. Caminó por el pasillo vestido con un pantalón y un buzo polar violeta, con un medallón de San Benito y una amatista colgando de su cuello. Sus manos robustas y morenas, con un anillo también de San Benito, y otro de la Madre María, sostenían un plato con piedras de incienso que invadieron el ambiente y nublaron la vista. Damián caminó envolviendo a cada persona con humo desde la cabeza hasta las piernas.
Luego de que un fiel empezara a toser, Vicky abrió los tragaluces para que entrara el aire y la luz del exterior. Terminada la incensación del templo y del atrio, con una invocación al nombre de Cristo, María y los santos, comenzó el culto que cada sábado los fieles ansían. Allí los individuos se vuelven comunidad, las plegarias se vuelven canciones, y una cosa es certera: los signos tienen el mágico poder de acercar a Dios.


Los fieles reían con los ejemplos de Damián. Foto: BL
El templo tiene voluntarios encargados de cuidar la puerta. Foto: BL




La devoción a la Hermana Irma está más arraigada en este templo que en otros. Foto: BL


El templo ofrece artículos de santería y cursos de diversas religiones y cultos dictados por Damián. Fotos: BL




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Elaborado por: Ana Clara Peternelj, Milagros Pearson, Catalina Albrecht y Belén Lisdero
